19 febrero 2015

Permanencia y transformación en la arquitectura de la Llotja del Cànem- Castelló. Por M. del Rey, A, Gallud e I. Fuster


Restaurar un edificio es siempre un ejercicio complejo, pero también atractivo cuando se trata de un edificio como es la Llotja del Cánem, un edificio referencial en la construcción de la imagen de la ciudad de Castellón y en el imaginario colectivo de unos habitantes que han crecido con esas arcadas, que han convivido con el edificio, entre las calles Colon y Caballeros; la esquina clasicista sobre la cual y hasta antes de su restauración, para los más jóvenes se levantaba un volumen enigmático, donde se percibían restos de los antiguos frescos que en su día pintó Joaquín Oliet a inicios del S XIX y restauró Vicente Castells a principios del S XX. Un edificio con una singladura compleja en el tiempo, que comenzó su andadura allá por los inicios en la primera década de 1600 como espacio público construido por Francesc Gaiança para cobijar las transacciones comerciales de un Castellón renacentista; un edificio que con el paso del tiempo perdió esa condición de lo público, para pasar a convertirse en vivienda burguesa con tienda en los bajos, vocación doméstica que ha mantenido en los últimos doscientos años. Hoy, de nuevo, vuelve a su escala de origen, a ser, con orgullo, uno de los edificios públicos representativos de la ciudad de Castellón con un noble contenido, cobijar la sede de la Univeritat Jaume I en la ciudad.


El equipo de arquitectos que hemos desarrollado el proyecto de restauración lo hemos formado Antonio Gallud, Ignacio Fuster y yo mismo. En nuestra labor una de las cuestiones que más nos han interesado ha sido analizar el proceso que ha llevado al edificio a su actual configuración, lo cual nos ha obligado a tomar postura sobre el valor de los distintos momentos de su arquitectura. Generalmente esta es una labor común en todos los proyectos de restauración, aunque hemos de señalar que en este caso la Llotja del Cànem nos presenta lo que podríamos entender como una obra en proceso. Una obra que ha tenido diversas etapas, cada una de ellas con su propia coherencia y sobre la cual son perceptibles las huellas que ha ido dejando el tiempo. Aunque el carácter doméstico que ha tenido el edificio en sus últimos dos siglos de existencia nos permitían entender que no había terminado su singladura en la historia, incluso su metamorfosis, de manera que pudiéramos retomar el conjunto como un punto de partida que permitiera devolverle el lustre y la escala que ofrecían las etapas primigenias de su arquitectura.

En nuestra intervención nos gusta entender al edificio más como estructura y arquitectura viva con una coherencia formal sobre el que se acumula la historia, que como objeto antiguo digno de veneración. El valor de la intervención se entiende desde la coherencia de los elementos constructivos y formales, incidiendo particularmente en las  cualidades espaciales, arquitectónicas e incluso icónicas del conjunto y de las partes que contiene el edificio a restaurar. De ahí el interés y lo atractivo del proceso de restauración, ya que cada experiencia es un acto único.


La complejidad que implica el restaurar un edificio histórico proviene en parte de las relaciones que sobre su arquitectura se establecen entre tiempo y espacio, permitiéndonos aproximaciones desde aspectos y posiciones muy distintas. Podemos conocer muy detenidamente el edificio analizando sus fábricas y las técnicas constructivas que sirvieron para levantarlo en su día; la materia y la forma nos permiten conocer el objeto arquitectónico vinculado a una época de la historia, compararlo con otros edificios semejantes en el tiempo. Podemos entablar un diálogo con las formas, colores y texturas de épocas pasadas, reproducirlas, contrastarlas, ponerlas en valor, observar el objeto desde la globalidad, o bien centrarnos en determinados aspectos, posibilitando lecturas fragmentarias. Al incidir sobre el edificio desde su restauración, queda al desnudo el resultado de un esfuerzo colectivo que permitió levantar y conservar durante siglos una determinada arquitectura. Al observar al edificio histórico como parte de la ciudad, podemos tener la posibilidad de conocer, cómo la ciudad, a través de sus formas y sus volúmenes, ha ido construyéndose poco a poco. Todo ello pertenece al tiempo.

El espacio nos ofrece sus dimensiones, sus cualidades perceptivas, las formas positivas, los sólidos construidos y los vacíos interiores, las grandes salas, pero también sus espacios negativos; aquellos que se definen mas allá de sus limites por los planos exteriores de sus fachadas, acotados por sus cornisas y limitados por los planos y los sólidos de los edificios colindantes y enfrentados: así definimos las calles, las plazas, los intersticios urbanos...., esos vacíos llenos de vida de las ciudades históricas, de ciudades como Castelló. El espacio nos permite analizar la capacidad del sólido como contenedor de formas, de actividades, etc... Y la Lonja es un bello espacio, un espacio para ser disfrutado, para ser vivido, visto desde el exterior, pero también para desde él ver el exterior -Santa María toma una nueva dimensión al ser percibida desde los arcos austeros de la lonja-. El edificio ha vuelto a tener restaurado el balcón que dobla la esquina más propia del Castellón histórico. El balcón es un saledizo situado sobre la cornisa renacentista de la lonja para la casa que mandó construir el mercader francés Juan Matheu al comprar los derechos de vuelo al Ayuntamiento. Ampliación ecléctica y de sintaxis difícil, felizmente resuelta con una superposición directa, sin concesiones, donde conviven dos mundos: la austeridad clasicista del imperio español y un academicismo galante, pompeyano, donde los tonos ocres y dorados, a partir del S XIX, contrastan con la sequedad de la sillería gris del ahora cuerpo de arcadas basamentales


La restauración, pretende ser fiel a todos y cada unos de los momentos de la historia, aceptando esa idea de proceso en el cual está embarcado el edificio. Mestizaje que nos permite intervenir desde postulados modernos que ponen en valor cualquiera de los cuerpos históricos, pero sin negar la capacidad de la técnica y los materiales utilizados en lo contemporáneo. No podemos negarnos a valorar su momento más atractivo e incluso el elemento arquitectónico más brillantes, la fachada renacentista de su construcción primigenia. Las dobles arcadas que se levantan a ambos lados de la calle y la propia esquina, ejemplo elegante de la arquitectura triunfante de los Austrias en su máximo esplendor, siendo quizás la pieza más pura de este momento histórico existente en la ciudad de Castelló. Cuando valoramos la fachada y la imagen icónica del edificio lo hacemos conscientemente, ya que entendemos tiene más valor estos elementos que su estructura global, pues encontramos en ella momentos dubitativos, tanto en por poca calidad de las fábricas de los muros medianeros, como en la estructura portante del espacio central, tal como veremos posteriormente, cubierto quizás con un sistema hoy inexistente de bóvedas poco ajustado a la arquitectura, construido posiblemente a partir de un sistema de vigas en cruz  y un pilar central del que no se ha encontrado vestigio alguno y sobre el que quizás se apoyaría aquellas bóvedas, de las cuales solo quedan los restos de revocos en uno de los muros medianeros. El proyecto apoya la valoración de la estructura porticada de fachada y su interés constructivo y formal, potenciando desde estos elementos una arquitectura pública, abierta y diáfana, en la cual estilo y materia son acordes a un fin: levantar un espacio urbano acorde a la dignidad de lo público en el S XVII. Proporción, medida, austeridad, solidez, clasicismo, son en suma las claves de un edificio capaz de seguir construyendo la ciudad y cobijando nuevas andaduras desde lo público.

Un segundo cuerpo se sobrepone sobre la Llotja clásica, una arquitectura distinta, mas próxima a los sentidos, más dorada, policroma, descriptiva. Casi la antítesis de aquella Llotja de valores abstractos sobre la que se levanta. Es quizás esta tensión la que nos hace cada vez más sugestivo al edificio. La propuesta decimonónica es rotunda y sólida, sus vanos perforados sobre la masa del muro nos hablan de un pasado barroco al cual se hacen aún guiños. Los frescos nos conducen a través de la rotación de las estaciones hacia un ciclo interminable de renacer y morir, y la sintaxis entre ambos lenguajes es quizás la condición más atractiva de esa intervención del Ochocientos. La vivienda que se construye ofrece una imagen gozosa de la nueva clase mercantil en ascenso.

La configuración academicista tiene una condición particular en la forma: la austeridad del vaciado de muros sobre un balcón en ángulo, unos muros policromos pintados al fresco por el pintor Joaquín Oliet a partir de una configuración de dos niveles en altura y una serie de particiones en vertical que albergan una representación de las cuatro estaciones, más una decoración que nos aproxima a los gustos y colores pompeyanos. 


Una remodelación de fachada y nuevas ampliaciones de pequeños edificios colindantes realizados con acabados historicistas, darán una nueva dimensión a la forma. Su lenguaje seudo clásico no consigue vincularnos a la potencia de la arcada renacentista, es quizás, desde nuestro punto de vista, un momento de cierta debilidad en la forma; un momento que no llega a la altura de las anteriores configuraciones del edificio en el tiempo, cada una de las cuales, interesantes por si mismas y valientes en su género. Hay que reseñar que su construcción, variando las formas de las ventanas y también las trazas y las formas de las pinturas originales, nos privó de poder restaurar en su plenitud los frescos de J. Oliet, e imposibilito considerar la configuración Ochocentista como una alternativa posible, ya que ello sería incompatible con la recuperación de los frescos actuales, los que rehace, más que restaura, V. Castells sobre el tema anterior de J. Oliet. Policromía que se adecua a unas proporciones y formas dadas por las dimensiones de los frontones de las ventanas que obligan a una nueva proporción de los cuarteles y los lienzos en muros. Con ello la lectura de la historia y los grados de libertad en la intervención estaban servidos. Nuestro proyecto se mueve en esas coordenadas y con holguras ajustadas. 

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