Restaurar un edificio es siempre un ejercicio complejo, pero
también atractivo cuando se trata de un edificio como es la Llotja del Cánem,
un edificio referencial en la construcción de la imagen de la ciudad de
Castellón y en el imaginario colectivo de unos habitantes que han crecido con
esas arcadas, que han convivido con el edificio, entre las calles Colon y
Caballeros; la esquina clasicista sobre la cual y hasta antes de su
restauración, para los más jóvenes se levantaba un volumen enigmático, donde se
percibían restos de los antiguos frescos que en su día pintó Joaquín Oliet a
inicios del S XIX y restauró Vicente Castells a principios del S XX. Un
edificio con una singladura compleja en el tiempo, que comenzó su andadura allá
por los inicios en la primera década de 1600 como espacio público construido
por Francesc Gaiança para cobijar las transacciones comerciales de un
Castellón renacentista; un edificio que con el paso del
tiempo perdió esa condición de lo público, para pasar a convertirse en vivienda
burguesa con tienda en los bajos, vocación doméstica que ha mantenido en los
últimos doscientos años. Hoy, de nuevo, vuelve a su escala de origen, a ser,
con orgullo, uno de los edificios públicos representativos de la ciudad de
Castellón con un noble contenido, cobijar la sede de la Univeritat Jaume I en
la ciudad.